Hay algo intrínsecamente malo en una doctrina que necesita recurrir a la fuerza para extenderse, y este es el mal que aqueja a las religiones. En Europa llevamos dos siglos intentando desembarazarnos de la superstición judeocristiana y, cuando todavía ni siquiera lo hemos conseguido, abrimos los brazos con necia temeridad a millones de inmigrantes que profesan otra forma de irracionalidad mucho más estúpida y peligrosa: el islam. ¿Espabilaremos algún día o vamos a quedarnos de brazos cruzados viendo surgir una segunda edad oscura?
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