28 octubre 2006

Wojtyla, "amigo de la humanidad"

De día en día el cáncer clerical se esfuerza por hacer cada vez un ridículo mayor, ¡y vaya si lo consigue! La última ocurrencia de los clowns vaticanos ha sido la de hacer un montaje (en todos los sentidos) sobre la vida de su último jefe supremo, Karol Wojtyla, en versión de dibujos animados para que su "mensaje" pueda llegar más fácilmente al corto entendimiento de los obtusos meapilas que componen la feligresía de la secta católica.

A uno, en principio, le importa un rábano lo que hagan estos degenerados con sus héroes de pacotilla, incluso cuando sea con este actorzuelo de reparto que consiguió ser ascendido a prima voce en la ópera bufa vaticana. Lo que sí me causa cierta urticaria es que a este tipejo le anden llamando "amigo de la humanidad". Digo yo, ¿no podrían haber escogido otro título más discretito? Algo que insultara menos a la inteligencia, alguna mentira menos obvia. Pero no, estos energúmenos lo tienen que hacer todo a lo grande, con descaro.

Supongo que en el DVD aparecerá la leyenda rosa sobre el padre de Wojtyla, que, pese a lo que la propaganda vaticana afirma, no fue nunca oficial del Ejército polaco, sino... ¡del austro-húngaro! El viejo Imperio de los Habsburgo contenía en su seno múltiples nacionalidades, entre ellas la minoría polaca que compartía con la ucraniana el "reino de Galitzia-Lodomeria". Pero el valiente oficial austro-húngaro perdió su trabajo cuando el ejército imperial se desmovilizó al finalizar la I Guerra Mundial. Con el nuevo orden internacional impuesto por los Tratados de Versalles y Saint-Germain-en-Laye, la región de Galitzia se incorporó a la recién creada República de Polonia, y el "Teniente Wojtyla" (en realidad nunca alcanzó ese grado militar) tuvo que ganarse la vida como costurero.

Tras la muerte de su esposa Emilia y de su hijo primogénito, Edmund, el padre del futuro jefe de la secta católica se deslizó por una pendiente de religiosidad exagerada y enfermiza. En el DVD seguramente no figurará cómo pasaba noches enteras rezando en la habitación que había convertido en su capilla particular. No, es mejor que no se note cómo la convivencia con un fanático enloquecido perturbó el alma infantil de quien sería llamado por sus seguidores "amigo de la humanidad".

La ausencia de la esposa y de la madre fue suplida con una exaltada devoción a la "virgen" María. Nada más morir Emilia Kaczorowska, el viudo llevó a sus hijos al santuario mariano de Kalwaria. "He ahí a vuestra madre", les encasquetó. Y con ello, la devoción mariana de Karol Wojtyla quedó sellada para siempre. María: madre, hermana, esposa, amante... pero "siempre virgen", como la inalcanzable Artemisa/Diana de la mitología clásica.

"Amigo de la humanidad", dicen. Y nos lo presentan como un hombre humilde que, en su mocedad, trabajó con sus propias manos. Mentira. Lo hizo por salvarse de la conscripción obligatoria de jóvenes polacos a los campos de trabajo en la Alemania nazi. ¿El martirio no era adecuado para él? ¿Presentía el joven Karol que su demonio Yahvé y su madre-masturbadora-siemprevirgen María le tenían preparados más altos destinos? ¿Era, quizá, la altura del balcón de la Casa de la Moneda en compañía del sanguinario asesino Pinochet?

"Amigo de la humanidad". Y le recuerdan rodeado de masas de jóvenes que le escuchaban embelesados. ¿Los mismos jóvenes y niños que eran violados por Marcial Maciel y tantos otros clérigos pederastas, encubiertos y protegidos por la poderosa mafia vaticana?

"Amigo de la humanidad". Y lo pretenden hacer pasar por un nuevo Gandhi, un pacifista preocupado por poner fin a las guerras. ¿A cuáles? ¿Quizá a la de Yugoslavia, en que la secta criminal-católica se empleó a fondo en apoyar a los croatas para expulsar a sus competidores serbios ortodoxos y bosnios musulmanes? ¿La misma que ocultó y protegió en conventos a criminales de guerra -patriotas- croatas que eran buscados por el Tribunal Penal Internacional?

"Amigo de la humanidad". ¿De cuál? ¿De la verdadera Humanidad (con mayúscula) o de la degenerada infra-humanidad que asiste domingo a domingo a los aberrantes rituales católicos?


02 octubre 2006

Derecho divino y Derechos Humanos

Aunque parezca mentira, no voy a hablar del vergonzoso acuerdo de financiación de la imbecilidad católica al que ha llegado el Gobierno español con esa mafia mitrada; y no lo voy a hacer por extemporáneo y porque ya está todo dicho. En vez de eso, hoy toca hablar de algo que ya se comentó los pasados meses, cuando los meapilas montaron aquel jaleo de la visita de Ratzinger a Valencia para presidir el encuentro internacional de familias extreñidas: que el Estado vaticano no se ha adherido aún a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

¿Y a quién puede sorprender que una secta como la católica, con su oscuro pasado criminal (vocación que mantiene hasta el día de hoy), se niegue a reconocer la dignidad humana recogida en una Carta de Derechos? Esta vana superstición, que con tanta vehemencia condena el amor entre homosexuales, la emancipación de la mujer, la investigación científica (desde Galileo hasta las células madres) o la libertad de conciencia (agradezcámosle su franqueza a León XIII), esta multinacional del fraude, jamás ha pedido ni pedirá perdón por su connivencia con los fascismos italiano, alemán o español. Esta agrupación de degenerados (donde el que no es un pederasta convicto -o presunto- es un erotófobo patológico) nunca se ha disculpado por apoyar y sostener los variados regímenes dictatoriales latinoamericanos (salvo, por razones obvias, el castrismo cubano y, en su día, el sandinismo nicaragüense). Este burdel vaticano, donde se prostituye la verdad con sucedáneos "divinos", ni siquiera se ha tomado la molestia de rechazar formalmente la mayor lacra que jamás sufrió y aún sufre la humanidad: la esclavitud, práctica que esta organización ha tolerado a lo largo de los siglos y de la que incluso se ha beneficiado. En vano se puede buscar una declaración doctrinal católica en la que se amenace a los traficantes de personas con los imaginarios fuegos del no menos imaginario infierno. No en balde su fundador Yeshu ben Pantera les conminó a hacerse ellos mismos "pescadores de hombres", otra sutil forma de servidumbre que permite a estas ratas con sotana vivir a costa de los sujetos a quienes han esclavizado (pescado) lavándoles el cerebro.

Pero, en fin, ¿cuál es la razón de la incompatibilidad radical entre la superstición cristiana (o judía, o musulmana, o hindú, o...) y el reconocimiento y aplicación de los Derechos Humanos? Podemos descubrirlo indagando un poco en las bases filosóficas donde se asientan la una y los otros.

La misión del Derecho, de la ley, ya sea moral o jurídica, no es o no debería ser otra que la de hacer posible la coexistencia más o menos pacífica entre los hombres; en suma, evitar que nos devoremos unos a otros. Los utilitaristas ingleses del siglo XVIII hicieron este descubrimiento y dieron el salto prodigioso al afirmar que la ley no puede invadir parcelas de la vida humana que sean irrelevantes para la convivencia: es la más temprana defensa de la libertad de pensamiento y conciencia. Un poco más adelante en el tiempo, incluso el poco ilustrado Rousseau ya se atreve a proclamar que la ley debe ser fruto de una ambigua "voluntad general". ¿Y cuál habrá de ser ésta? La Revolución Francesa nos dará la respuesta: la voluntad general la manifiestan los órganos legislativos que representan al pueblo que ha de recibir esa ley. Tenemos, pues, los dos principios sobre los que se fundamenta la teoría occidental del Derecho: por un lado, la primacía del individuo y la preservación de sus libertades en lo que no afecte objetivamente a la colectividad; por otro, la ley como expresión de la voluntad de esa colectividad que va a ser su destinataria.

¿Qué ocurre con la religión? Que introduce un tercer elemento extraño en la ecuación, un concepto abstracto (por falso e irreal) llamado "dios". Este sujeto es, al mismo tiempo, titular de todos los derechos y acreedor de todos los deberes: todos los hombres están obligados para con "dios" y han de cumplir sus preceptos, y éste, a su vez, tiene derecho a disponer de las vidas y bienes de aquéllos como mejor se le antoje. Pero, ¿qué o quién es "dios"? La pregunta resulta irrelevante: "dios" será, siempre, lo que sus portavoces e intérpretes profesionales decidan que sea en cada momento.

Atención a la jugada: se sustituye como fuente del Derecho a la voluntad general, que es el acuerdo entre los destinatarios de la ley, por los tejemanejes de unos hechiceros. El engaño funcionó relativamente bien hasta que la Ilustración lo puso todo patas arriba: Bentham, Thoreau y hasta el antipático Locke (que no nos apreciaba demasiado a los ateos) pusieron de manifiesto, poco a poco, el negocio fraudulento de curas y pastores. Las clases cultas europeas y americanas empezaron a desconfiar de las legislaciones "emanadas" de supuestos seres sobrenaturales a través de profetas interpuestos que tienen en ello su medio de subsistencia.

Así que los embusteros tuvieron que recurrir entonces a otro ardid: el del "derecho natural". Esta nueva engañifa ya había sido utilizada con anterioridad, pero de un modo tangencial y casi involuntario. ¿Para qué recurrir a sutiles explicaciones cuando se puede argumentar lisa y llanamente que el poder viene de "dios"? Pero cuando el tiempo hizo que las viejas componendas dejaran de ser creíbles, esta nueva escuela de pensamiento se convirtió en el buque insignia y, a su vez, salvavidas de los muchos intereses materiales de los dispensadores de bienes espirituales.

Pese a lo confuso de su nombre (pues ya dijo Hegel, en un raro momento de lucidez, que la naturaleza no conoce otra ley que la del más fuerte), el "derecho natural" alude a la existencia de una serie de "valores" que son consustanciales a la condición humana y que, en última instancia, son los que inspiran o deben inspirar la moral y la legislación. La idea es bonita, pero falsa, como casi todo lo que se inventan los curas y quienes les huelen los pedos. No hay nada como estudiar un poco de antropología para descubrir que lo que en unas sociedades son valores, en otras son contravalores, y viceversa. Los ideólogos del "derecho natural" parecen incapaces de asumir que en el hombre sólo son innatos unos pocos instintos animales muy lejanos, desde luego, de los valores "trascendentales" con que le quieren adornar.

Pero vayamos directamente al nudo gordiano de la cuestión: ¿qué son esos "valores" que preconiza el "derecho natural"? ¿Quién se los atribuye al hombre? La respuesta viene a ser la misma que al principio: "dios". En esto del Derecho ha ocurrido lo mismo que estamos viendo que pasa con la biología: como el rollo del Génesis bíblico es insostenible, se inventan lo del "diseño inteligente" como un mal menor. En el caso que nos ocupa, como ya no nos creemos que la ley tenga que venir de "dios", se inventan el artificio del "derecho natural", que es lo mismo pero poniendo de por medio un concepto a modo de maniobra distractoria.

¿El Estado vaticano aceptando una Declaración de Derechos Humanos, elaborada por los hombres para ellos mismos sin el concurso de "dios"? Imposible. Quizás en un universo paralelo...


Breve: El embajador de España ante la secta católica, el cada día más impresentable Francisco Vázquez, vuelve a mostrarse como un lacayo fiel de los "pescadores de hombres": léanse sus patéticas declaraciones. Pero las casposidades van por gustos. A mí, por ejemplo, ninguna me parece tan grave como venerar a un galileo parlanchín y llamarlo "salvador" y "redentor". Hay gente para todo.

Brevísima: Estoy harto de esta plantilla. Se supone que debería salir una gruesa barra de color rojo debajo del título del blog, y también deberían sombrearse las citas, pero nada. Dentro de nada me busco otra.
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