El Estado vaticano, por medio de la "Instrucción acerca de los criterios de discernimiento vocacional respecto de las personas con tendencias homosexuales en relación con su admisión al seminario y a las órdenes sagradas" prohibe expresamente la admisión al sacerdocio de aquellos que mantengan prácticas homosexuales, tendencias homosexuales o simplemente simpatía por la cultura gay.
Este documento de tan largo y farragoso título será publicado en los próximos días, pero la revista italiana Adista se ha hecho con una copia y la ha colgado en la red aquí.
El panfletillo comienza recordando la doctrina tradicional de la secta, según la cual la conducta homosexual es un "pecado grave". Cita luego la literalidad del catecismo, por el cual las personas con tendencias homosexuales deben ser recibidas con respeto y delicadeza y se evitará respecto de ellas todo signo de discriminación injusta. Adviértase que para ellos lo importante no es que la discriminación no se produzca, sino que no se note que se está produciendo.
A continuación, determinan sin ninguna base científica que la homosexualidad es una forma de inmadurez afectiva y que, quien incurre en ella queda inhabilitado para el sacerdocio. Y, digo yo, si tanto la heterosexualidad como la homosexualidad no se pueden ejercitar porque los curas tienen que ser "eunucos por el reino de los cielos", ¿a santo de qué puede ser impedimiento la homosexualidad?
Sin embargo, de las formas de sexualidad en las que no hay consentimiento entre adultos, como la pederastia o la violación de monjas africanas, el documento no hace ninguna valoración. ¿Debemos suponer que no son impedimentos para la ordenación? Probablemente, puesto que de otro modo no se entiende la política de ocultación, justificación y defensa que ha seguido la secta respecto de los curas que han cometido estas fechorías.
Pero lo que no es que roce el absurdo, sino que lo atraviesa de cabo a rabo, es el hecho de que quien sostenga o simpatice con la llamada cultura gay no puede acceder tampoco al sacerdocio. Es decir, que independientemente de que seas homosexual o no, si te caen bien los gays y su modo de vida, ya estás inhabilitado. ¿Tendrán los curas prohibido, por ejemplo, compartir admiración por iconos gays como Judy Garland o Marlene Dietrich? ¿Habrán de abstenerse de visionar películas de Pier Paolo Pasolini o Jean Cocteau?
De todos modos no podemos lamentar en absoluto esta decisión de Ratzinger, pues al menos servirá para que los homosexuales no caigan en el error más profundo que puede cometer un ser humano: renunciar a su racionalidad para sostener la más abyecta superstición, dedicar su vida a la adoración de un dios inexistente y a la predicación de las palabras de un falso salvador. Por una vez, estoy de acuerdo con la secta católica, aunque estas disposiciones se les aplicarán sólo a quienes su homosexualidad sea notoria, no a quienes la oculten. Este tipo de hipocresía también forma parte de la venerable tradición de la religión fundada por Shaul de Tarso.
Este documento de tan largo y farragoso título será publicado en los próximos días, pero la revista italiana Adista se ha hecho con una copia y la ha colgado en la red aquí.
El panfletillo comienza recordando la doctrina tradicional de la secta, según la cual la conducta homosexual es un "pecado grave". Cita luego la literalidad del catecismo, por el cual las personas con tendencias homosexuales deben ser recibidas con respeto y delicadeza y se evitará respecto de ellas todo signo de discriminación injusta. Adviértase que para ellos lo importante no es que la discriminación no se produzca, sino que no se note que se está produciendo.
A continuación, determinan sin ninguna base científica que la homosexualidad es una forma de inmadurez afectiva y que, quien incurre en ella queda inhabilitado para el sacerdocio. Y, digo yo, si tanto la heterosexualidad como la homosexualidad no se pueden ejercitar porque los curas tienen que ser "eunucos por el reino de los cielos", ¿a santo de qué puede ser impedimiento la homosexualidad?
Sin embargo, de las formas de sexualidad en las que no hay consentimiento entre adultos, como la pederastia o la violación de monjas africanas, el documento no hace ninguna valoración. ¿Debemos suponer que no son impedimentos para la ordenación? Probablemente, puesto que de otro modo no se entiende la política de ocultación, justificación y defensa que ha seguido la secta respecto de los curas que han cometido estas fechorías.
Pero lo que no es que roce el absurdo, sino que lo atraviesa de cabo a rabo, es el hecho de que quien sostenga o simpatice con la llamada cultura gay no puede acceder tampoco al sacerdocio. Es decir, que independientemente de que seas homosexual o no, si te caen bien los gays y su modo de vida, ya estás inhabilitado. ¿Tendrán los curas prohibido, por ejemplo, compartir admiración por iconos gays como Judy Garland o Marlene Dietrich? ¿Habrán de abstenerse de visionar películas de Pier Paolo Pasolini o Jean Cocteau?
De todos modos no podemos lamentar en absoluto esta decisión de Ratzinger, pues al menos servirá para que los homosexuales no caigan en el error más profundo que puede cometer un ser humano: renunciar a su racionalidad para sostener la más abyecta superstición, dedicar su vida a la adoración de un dios inexistente y a la predicación de las palabras de un falso salvador. Por una vez, estoy de acuerdo con la secta católica, aunque estas disposiciones se les aplicarán sólo a quienes su homosexualidad sea notoria, no a quienes la oculten. Este tipo de hipocresía también forma parte de la venerable tradición de la religión fundada por Shaul de Tarso.
Heil dir, herr Ratzinger!
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