En el artículo anterior hablé de la existencia de un grupo de ateos norteamericanos que se hacen llamar "Ateos para Jesús", y de cómo entre ellos, pero también entre muchas otras personas que no profesan la superstición cristiana, había calado la imagen de un Jesús/Yeshu que es paradigma de amor fraternal, pacifismo y bondad. Pues bien, ha llegado el momento de analizar sus enseñanzas para ver si este individuo fue tal como algunos nos quieren hacer creer que fue.
El mito del amor al prójimo
Lo primero que dicen los cristianos para enganchar incautos a su secta es que "dios te ama" (Juan 3, 16), y por eso también todos tenemos que amarnos unos a otros (Juan 13, 34). Pero no vale amar de cualquier modo: hay que amar a los demás como a uno mismo (Mateo 22, 39; Marcos 12, 31).
Oiga, ¿y esa regla vale para todo el mundo? Por ejemplo, ¿qué pasa con los hijos? ¿No se puede amar a un hijo más que a uno mismo? ¿Y a los familiares? ¿Tengo que amar a mis padres igual que al chorizo que ayer me robó la cartera en el autobús? ¿Y a mi cónyuge o pareja? ¿Mis amigos deben compartir en mi corazón el mismo lugar que unos perfectos desconocidos? Me temo que desbordar tanto sentimiento amoroso por igual a todo el mundo puede terminar por diluir cualquier relación humana. Si tuviéramos que donarle un riñón a dos enfermos que morirán si no reciben el transplante, uno de los cuales es nuestra pareja y el otro un ex jefe que nos hizo la vida imposible en su empresa, ¿tendríamos alguna duda para decidir quién se beneficia de nuestra donación?
Quizá el secreto de este mandamiento de Yeshu esté en precisar mejor quién es nuestro prójimo. Tal vez sea posible dividir la humanidad en dos grupos de personas: las que son nuestros prójimos y las que no. Claro que entre nuestros prójimos también hay diferencias: no es lo mismo el amor a un padre que el amor a un amigo. Y con los que no son nuestros prójimos, ¿valdría cualquier trato? ¿Está permitido odiar al que no es un prójimo?
Puede que cambiando el significado del término amor podamos encontrarle sentido a este galimatías. Supongamos que no haya que entenderlo como un sentimiento de bondad hacia los demás, sino como una forma de tratarles. Sin embargo, tratar a un padre como tratamos a un amigo, o viceversa, puede ser bastante desconcertante para ambos, por no decir que incorrecto. Además, el mandamiento es taxativo: hay que tratarlos a todos como a uno mismo.
Examinemos otra posibilidad: que, en realidad, Yeshu estuviera diciendo que no hay que hacer a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros (es decir, la famosa "regla de oro"). ¿A qué viene entonces hablar del amor? Yo puedo jurar que no estoy ni lo más mínimamente interesado en que el deleznable Aznar o el miserable Acebes me amen, pero desde luego no deseo que me traten peor de como ellos mismos desean ser tratados. Por otro lado, esto sólo impone una prohibición de hacer el mal (no hagas a los demás), pero el mandamiento evangélico está redactado como una acción positiva (amarás al prójimo).
Me temo que Yeshu nunca llegó a plantearse estos problemas, porque la verdad es que ni siquiera en esto fue original. Simplemente repitió lo que habría oído en alguna sinagoga de su tiempo: "no te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19, 18).
Cabe la posibilidad de que con semejante idiotez se planteara, no una regla válida por igual en todo tiempo y para todas las personas de nuestro alrededor, sino una meta más o menos lejana, un criterio general sujeto a matices e interpretaciones. Por desgracia, Yeshu no nos dejó ninguna otra explicación que pueda inducirnos a pensar que existieran realmente esos matices.
De modo que no nos deja más opción que creer que lo dijo para ser cumplido literalmente. No obstante, ¿es esto posible? Y, más importante todavía, ¿es bueno y conveniente? Yo pienso que no, que este mandamiento devalúa el amor, un sentimiento tan especial que de manera natural sólo lo reservamos para las personas más importantes de nuestra vida. ¿Qué significaría que uno ama a su prójimo como a sí mismo? En realidad nada, es sólo una frase vacía con la que se expresa una mentira o un desapego patológico hacia familia y amigos. Quizá los que tanto la pronuncian están en realidad encubriendo una ausencia de autoestima o de amor propio, porque sólo así es fácil de equiparar el amor a los demás con el desamor a uno mismo. Parece cosa de esquizofrénicos, y realmente lo es: la doctrina cristiana del amor al prójimo sólo lleva a la locura... o a la hipocresía: nada como leer la encíclica "deus caritas est", promulgada por Ratzinger, para ver en qué ha degenerado el amor en manos de los gurús del cristianismo.
Pero el equívoco del amor al prójimo nos conduce además a un serio escollo: si somos realistas tenemos que admitir que no todo el mundo va a aplicar la regla del amor al prójimo. ¿Qué hacemos con los que, no sólo no nos aman como a sí mismos, sino que incluso nos odian? ¿También tenemos que amarles a ellos? Esta es la cuestión que vemos en el siguiente epígrafe.
Oiga, ¿y esa regla vale para todo el mundo? Por ejemplo, ¿qué pasa con los hijos? ¿No se puede amar a un hijo más que a uno mismo? ¿Y a los familiares? ¿Tengo que amar a mis padres igual que al chorizo que ayer me robó la cartera en el autobús? ¿Y a mi cónyuge o pareja? ¿Mis amigos deben compartir en mi corazón el mismo lugar que unos perfectos desconocidos? Me temo que desbordar tanto sentimiento amoroso por igual a todo el mundo puede terminar por diluir cualquier relación humana. Si tuviéramos que donarle un riñón a dos enfermos que morirán si no reciben el transplante, uno de los cuales es nuestra pareja y el otro un ex jefe que nos hizo la vida imposible en su empresa, ¿tendríamos alguna duda para decidir quién se beneficia de nuestra donación?
Quizá el secreto de este mandamiento de Yeshu esté en precisar mejor quién es nuestro prójimo. Tal vez sea posible dividir la humanidad en dos grupos de personas: las que son nuestros prójimos y las que no. Claro que entre nuestros prójimos también hay diferencias: no es lo mismo el amor a un padre que el amor a un amigo. Y con los que no son nuestros prójimos, ¿valdría cualquier trato? ¿Está permitido odiar al que no es un prójimo?
Puede que cambiando el significado del término amor podamos encontrarle sentido a este galimatías. Supongamos que no haya que entenderlo como un sentimiento de bondad hacia los demás, sino como una forma de tratarles. Sin embargo, tratar a un padre como tratamos a un amigo, o viceversa, puede ser bastante desconcertante para ambos, por no decir que incorrecto. Además, el mandamiento es taxativo: hay que tratarlos a todos como a uno mismo.
Examinemos otra posibilidad: que, en realidad, Yeshu estuviera diciendo que no hay que hacer a los demás lo que no queramos que nos hagan a nosotros (es decir, la famosa "regla de oro"). ¿A qué viene entonces hablar del amor? Yo puedo jurar que no estoy ni lo más mínimamente interesado en que el deleznable Aznar o el miserable Acebes me amen, pero desde luego no deseo que me traten peor de como ellos mismos desean ser tratados. Por otro lado, esto sólo impone una prohibición de hacer el mal (no hagas a los demás), pero el mandamiento evangélico está redactado como una acción positiva (amarás al prójimo).
Me temo que Yeshu nunca llegó a plantearse estos problemas, porque la verdad es que ni siquiera en esto fue original. Simplemente repitió lo que habría oído en alguna sinagoga de su tiempo: "no te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Levítico 19, 18).
Cabe la posibilidad de que con semejante idiotez se planteara, no una regla válida por igual en todo tiempo y para todas las personas de nuestro alrededor, sino una meta más o menos lejana, un criterio general sujeto a matices e interpretaciones. Por desgracia, Yeshu no nos dejó ninguna otra explicación que pueda inducirnos a pensar que existieran realmente esos matices.
De modo que no nos deja más opción que creer que lo dijo para ser cumplido literalmente. No obstante, ¿es esto posible? Y, más importante todavía, ¿es bueno y conveniente? Yo pienso que no, que este mandamiento devalúa el amor, un sentimiento tan especial que de manera natural sólo lo reservamos para las personas más importantes de nuestra vida. ¿Qué significaría que uno ama a su prójimo como a sí mismo? En realidad nada, es sólo una frase vacía con la que se expresa una mentira o un desapego patológico hacia familia y amigos. Quizá los que tanto la pronuncian están en realidad encubriendo una ausencia de autoestima o de amor propio, porque sólo así es fácil de equiparar el amor a los demás con el desamor a uno mismo. Parece cosa de esquizofrénicos, y realmente lo es: la doctrina cristiana del amor al prójimo sólo lleva a la locura... o a la hipocresía: nada como leer la encíclica "deus caritas est", promulgada por Ratzinger, para ver en qué ha degenerado el amor en manos de los gurús del cristianismo.
Pero el equívoco del amor al prójimo nos conduce además a un serio escollo: si somos realistas tenemos que admitir que no todo el mundo va a aplicar la regla del amor al prójimo. ¿Qué hacemos con los que, no sólo no nos aman como a sí mismos, sino que incluso nos odian? ¿También tenemos que amarles a ellos? Esta es la cuestión que vemos en el siguiente epígrafe.
El mito del devolver bien por mal o de "poner la otra mejilla"
La formulación más clara de este principio de la moral cristiana la encontramos cuando Yeshu afirma sin rubor lo siguiente:
"Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian. Al que te hiere en una mejilla, ofrécele la otra, y a quien te tome el manto no le impidas tomar tu túnica; da a todo el que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo." (Lucas 6, 27 y ss. pero también Mateo 5, 39 y ss.)
El primer pensamiento que le puede venir a un lector neutral es si acaso el autor de estas palabras no sería un tarado mental. Ciertamente no andaría muy errado, dado que este axioma ético es tan problemático que hasta los curas hacen caso omiso de él: son sinvergüenzas, pero no tontos. Así que si los profesionales del cristianismo son tan cautos tratando este tema, mucho más debemos serlo los que no caemos en esa vana superstición.
Lo que tenemos que ver es si Yeshu llegó a cumplir lo que él mismo predicaba. Respecto a "bendecid a quienes os maldicen" tenemos lo siguiente:
"¡Raza de víboras! ¡Cómo podréis decir vosotros algo bueno siendo malos!" (Mateo 12, 34) "¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo escaparéis al juicio del infierno?" (Mateo 23, 33)
Luego parece que se lo pasaba por el arco del triunfo. Pero hay más: ¿reclamaba Yeshu, que en teoría era el mismo dios Yahvé, a quien tomaba de lo suyo en el templo de Jerusalén? Veámoslo:
"Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, de ovejas y de palomas, y a los cambistas sentados, y haciendo de cuerdas un azote, los arrojó a todos del templo, con las ovejas y los bueyes; derramó el dinero de los cambistas y derribó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: quitad de aquí todo eso y no hagáis de la casa de mi padre una casa de contratación." (Juan 2, 14 y ss.)
Dejando aparte el hecho de que él mismo (si damos crédito a su identificación con Yahvé) había autorizado anteriormente que se dispusieran mesas de cambistas y de vendedores en el templo (Deuteronomio 14, 22-26), ¿no hubiera sido más correcto dejar a los mercaderes con su latrocinio y no reclamar la propiedad que "legítimamente" era de su "padre"?
Por último, ¿llegó Yeshu a poner la otra mejilla alguna vez en su vida? Cuando le arrestaron por bocazas y compareció ante sus acusadores, tuvo la ocasión de demostrarlo:
"Habiendo dicho esto Jesús, uno de los alguaciles, que estaba a su lado, le dio una bofetada, diciendo: ¿así respondes al sumo sacerdote? Jesús le contestó: si hablé mal, muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me pegas?" (Juan 18, 22-23)
Qué decepción. Este pseudo-salvador pudo haber demostrado algo más de coherencia estando ya tan cercano el final de su vida, pero prefirió olvidar lo que había enseñado y encararse al soldado que le abofeteó en vez de ponerle la otra mejilla. Qué fraude, ¡vaya un maestro espiritual de pacotilla que predica cosas que él mismo, perfecto entre los perfectos, es incapaz de cumplir!
Ahora comparemos esta sandez de Yeshu con el sentido común con el que otro maestro, Confucio, trata el mismo tema. Alguien le preguntó qué pensaba de devolver las ofensas con la virtud, y éste le respondió: "¿Y con qué pagaríamos la virtud? A las ofensas se responde con la justicia, y a la virtud con la virtud" (Analectas XIV, 36).
Ahora comparemos esta sandez de Yeshu con el sentido común con el que otro maestro, Confucio, trata el mismo tema. Alguien le preguntó qué pensaba de devolver las ofensas con la virtud, y éste le respondió: "¿Y con qué pagaríamos la virtud? A las ofensas se responde con la justicia, y a la virtud con la virtud" (Analectas XIV, 36).
Hay más, por supuesto. Las chorradas de Yeshu ben Pantera son tan numerosas que dan para llenar muchas páginas de críticas. En el próximo artículo hablaré sobre su supuesto pacifismo, su opción por los pobres y su respeto a la mujer.