04 marzo 2008

Tenemos Rouco Varela para rato

El cardenalísimo Rouco Varela ha ganado las elecciones en la conferencia putiscopal española y se ha convertido en el presidente de esa mafia mitrada. No es de extrañar, lleva años siendo el amo y señor de la secta criminal-católica en España. Hasta ha colocado a su "amiguito" Martínez Camino y a su sobrino Alfonso Carrasco Rouco entre el grupo de los selectos clericuervos que se dicen sucesores de la chusma alcoholizada que eligiera el vil Yeshu ben Pantera por compañeros de pocilga. Pues están a la altura, desde luego, de tan importante misión. No se sabe quién de los obisperros españoles es más repugnante: si el enano Cañizares, el falangista García-Gasco, el idiota Sanz Montes, el reprimido Munilla, el avariento Reig Plá... Todos apestan a podredumbre cristiana, a desvarío jesusero, a chaladura galilea.

Pues yo me alegro de que gane el torticero Rouco Varela. Ya estaba bien de escuchar la melíflua voz de Blázquez haciendo el papel de "conciliador" mientras Rouco y el minicardenal Cañizares soltaban soflamas tras las sotanas. Así ya no hay ninguna excusa para no ver por dónde se mueve la secta. No es verdad que haya un sector moderado entre la jerarquía eclesiástica: la misma naturaleza del cretinismo/cristianismo impide la moderación. Es una superstición demasiado deshumanizante, un disparate sólo apto para las bestias más primitivas. Y con un ejército de descerebrados a su disposición, sus hipnotizados fieles, los jerarcas de la secta criminal-católica se creen que podrán someternos a todos. Creen que conseguirán que pensantes y no pensantes terminen llenando sus hediondas iglesias y adorando a su patético pseudo-salvador. Están envalentonados.

Bien es cierto que la sociedad civil está en gran parte indefensa ante esta ofensiva clerical. Y la parte más indefensa son los niños que reciben adoctrinamiento en las escuelas religiosas. Semejante aberración sigue siendo consentida y encuentra su anclaje legal en una Constitución demasiado transigente con la estulticia y en unos acuerdos con la secta pactados por representantes del Estado que eran lacayos de esa misma secta.

Así que congratulémonos de que por fin se le vean las orejas al lobo. Que el filopederasta Rouco Varela lleve la batuta de la conferencia putiscopal abiertamente, sin Blázquez interpuesto. Nos vamos a divertir en esta próxima legislatura.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Marcial Maciel ya no será santo

Por Jorge Queirolo Bravo

Pensé que lo lograría, que traspasaría triunfalmente la meta que tanto le habría gustado coronar, pero me equivoqué en forma rotunda. Me refiero, obviamente, a Marcial Maciel Degollado, el siempre evocado fundador de los Legionarios de Cristo. Dicho sacerdote, conocido debido a su predilección sexual por los seminaristas, sonaba como un firme candidato a ser canonizado. Ahora todo se arruinó. El festín de beatería hipócrita se derrumbó como un castillo de naipes en medio de un huracán.

¿Qué evento tan poderoso pudo pasar, como para aguarle la fiesta a los legionarios de la infamia? La respuesta es: algo inesperado y tremendamente sorpresivo. ¿Qué tan sorpresivo? Más de lo que se podría esperar de alguien que supuestamente fue célibe, aunque esto haya sido fuertemente cuestionado mientras el personaje aún vivía. ¿Qué sucedió entonces? Resulta que se dice que el inefable Marcial Maciel, además de violar a un cierto número de seminaristas, también fue padre. ¿Qué tiene esto de raro? ¿No es lo normal que un hombre tenga hijos? Para los mortales comunes y corrientes lo es, mas no para un prelado, de acuerdo con los extraños parámetros establecidos por esa institución tan anómala, decadente y anacrónica que es la iglesia católica.

Para la jerarquía eclesiástica que un cura u obispo viole o someta sexualmente a una legión de niños, adolescentes o seminaristas no parece ser un gran pecado. Solamente es motivo de traslados silenciosos para el religioso afectado, de tal manera que el brazo de la justicia secular, en lo posible, no lo alcance jamás. No es nada más que eso, y todos los actos y resoluciones administrativas que conciernen a estos “percances carnales” no tienen otra finalidad específica, como no sea la de proteger al autor material de dichas aberraciones. El mensaje del alto mando clerical a los sacerdotes es, en ese sentido, bien claro y no deja lugar a dudas: viola a todos los niños que quieras, pero no permitas que te descubran.

Tener un hijo ya es un asunto diferente y mucho más complicado. A los ojos del sacro colegio cardenalicio y los obispados esto sí que es un pecado descomunal, a desemejanza del abuso sexual en contra de menores que, en el mejor de los casos, es visto por ellos como una falta de poca cuantía y mucha frecuencia. Y por eso Marcial Maciel ya no será santo. Su imagen de yeso no adornará las bellas catedrales de las capitales europeas y latinoamericanas. No se erigirán santuarios que inmortalicen su memoria retorcida y libidinosa. Carecerá del honor de presidir, dentro de una urna de vidrio y cargado por sus adeptos, una procesión, pese a que éstas cada día son menos concurridas. Tampoco se imprimirán estampitas a colores, con una aureola blanquecina sobre su cabeza, para recordarles a los feligreses y peregrinos su falsa santidad.

Es que Maciel cometió el notorio desacierto de engendrar una hija, con lo cual su figura cayó perpetuamente en desgracia para los fanáticos trasnochados y andropáusicos que dirigen el Vaticano. Eso de ser papá sí que es imperdonable. ¿Cómo se le ocurrió perpetrar semejante tontería a Maciel? ¿No tenía, en ese momento, acaso, suficientes querubines bien dotados con los cuales revolcarse debajo de las sábanas? ¿Quiso el padrecito jugar a ser hombre? ¿Le sobrevino un súbito arrebato heterosexual? Porque, por lo que sabemos, a Marcialito más bien le picaba el culito. O para manifestarlo con una expresión bien criolla y algo vulgar: le gustaba que le atoren el tubo de escape. ¿Se entendió?

No ahondaré más en el tema. Lo que voy a decir a continuación puede sonar curioso, pero defiendo la opción de Marcial Maciel de haber elegido ser papá. Creo, incluso, que es lo único bueno y positivo que hizo en su inmoral vida. Y el clero diocesano debería respaldarme en mis dichos. ¿No dicen ser los más grandes defensores de la familia? Ahí tienen un buen ejemplo de alguien que trató de formar una familia, aunque informalmente. Marcial Maciel ya tiene un retoño propio que le puede poner flores en su tumba en el día del padre. Sus seguidores probablemente ya no lo harán, asqueados por la pérdida de prestigio de su progenitor espiritual. ¿Y qué dice la curia vaticana de todo este lío? Seguramente ya están buscándole un sucesor menos lujurioso a Marcial Maciel. A rey muerto, rey puesto.

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