13 septiembre 2006

Y Ratzinger cogió su fusil (otra vez)

Se veía venir: el jefe supremo de la secta católica ha abrazado casi oficialmente la teoría pseudocientífica del diseño inteligente. Y no sólo eso, sino que incluso afirma que lo contrario, es decir, el darwinismo, es irracional porque prescinde de dios (¿de cuál?).

De modo que las variaciones a las que está sujeto nuestro material genético, bien por la radiación ultravioleta solar, por la radiactividad de determinados elementos naturales, por la acción de algunos virus o por "errores de transcripción" durante la división celular, no son producto del azar, sino una acción premeditada y consciente de algún ser superior que va dirigiendo con mano de hierro nuestros destinos biológicos. Si esto es así, no sólo las variaciones positivas (en el sentido de que implican una mejora adaptativa), sino también las variaciones negativas (como las que producen el cáncer) son producto del capricho de ese ser superior. ¿Pero no dicen estos energúmenos que su "dios es amor"? Quizá ocurra que los que padecen cáncer son especialmente amados por "él" (Yahvé/Alá/Jesús/Vishnu/Amaterasu), que por lo visto no encuentra otra forma mejor de demostrar sus sentimientos hacia nosotros.

Por cierto, con esta visión del "diseño inteligente" quedamos reducidos a la categoría de meros cobayas, ratones de laboratorio que esperan a que el supremo hacedor se digne experimentar en su ADN la formación de nuevas características biológicas o la creación de distintas especies. Aunque hay que reconocer que, para ser un diseñador tan poderoso, no es especialmente listo: además del error que supone la existencia del cáncer (suponiendo que tengamos que verlo como un error divino y no como una muestra de su "infinito amor"), en el camino se han quedado muchas especies que han terminado extinguiéndose. ¿Habrían quizá pecado contra su divino señor y éste, con furia justiciera, las condenó a la desaparición? Todo es posible desde la mitología judeo-cristiano-islámica, incluso el calificar de "irracionalidad" los mecanismos físico-químicos que posibilitan la evolución, por el simple hecho de tratarse de explicaciones que no necesitan recurrir a ningún dios. Al decir esto, Ratzinger nos deja meridianamente clara cuán profunda es su deshonestidad intelectual.

Pero, en fin, no voy a decir más sobre el asunto. Basta con poner de manifiesto el ridículo clamoroso que hace la religión cuando quiere meterse en el espacio propio de la ciencia. Pero es comprensible que lo intente, porque poco a poco la ciencia está relegando a la religión al ámbito de la mera estupidez, y el negocio tienen que mantenerlo como sea. A mí sólo me resta remitirme a los estupendos artículos que han colgado Javier Armentia y Manolo Saco en sus respectivos (y muy recomendables) blogs. Y, para más información sobre la Teoría de la Evolución, se puede consultar el estupendo resumen que hay en Sin Dioses.

Pero el mandamás de la secta católica, que siempre es una mina, se ha mostrado especialmente locuaz en este viaje a su tierra natal. Han debido ser los recuerdos de la Hitlerjugend los que le han despertado esa vena inquisitorial suya:

Lo que se dice de Dios nos parece precientífico, inadecuado para nuestro tiempo, que considera un ejercicio de libertad la burla de lo sagrado.


No es que nos lo parezca: es que lo que decís de "dios" es radicalmente anticientífico. Y me da igual, querido Ratzinger, que vengas tú o tu clericalla con vuestras subnormalidades acostumbradas, o que lo haga un obtuso rabino judío afirmando que el universo se creó hace exactamente 5766 años. Lo ridículo es ridículo y lo falso es falso, lo digan Moisés, Jesús de Nazaret, Mahoma o Siddarta Gautama. Y si es falso y ridículo, también es perfectamente lícito burlarse de ello. Lo que tú quieres es lo mismo que han querido todos los sinvergüenzas de todos los tiempos: que vuestras gilipolleces teológicas no puedan ser criticadas. ¿Y sabes por qué? Por supuesto que lo sabes: porque son tan absurdas que no resisten el menor examen, y no hay examen más devastador que el de la risa. ¿Acaso has visto a alguien que haga escarnio de la electricidad, la cirugía cardiovascular o el motor de explosión? No, y aunque lo hubiera sería intrascendente. Sólo a vosotros, mentirosos, os preocupa que nos riamos de vuestras doctrinas.

Pero hay más, porque este viejo con faldas pretende ponernos firmes también a los ateos. Vano intento por su parte:

El ateísmo moderno nace del miedo a Dios, quien sin embargo es bondad y amor.


¡Caray! ¡Y yo que pensé que el miedo a su dios (Proverbios 1, 7) era precisamente el camino hacia su boba superstición! Han debido cambiar las tornas. Da igual: no es miedo, querido Ratzinger, porque sólo teme esas paparruchas el que es un ignorante. A los ignorantes podéis meterles el miedo en el cuerpo con vuestros dioses, ángeles, demonios, paraísos e infiernos. ¿Pero un ateo temer esas irrisorias figuras mitológicas? ¡Por favor! Invéntate algo mejor, pequeño charlatán vestido de blanco, si realmente quieres convertir a algún ateo. En el pasado os funcionó bien lo de quemar herejes, y, aunque por todos los medios estáis intentando volver a hacerlo, de momento ese sistema de "persuasión" no os lo vamos a consentir nunca más.

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